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La obra de Alfredo Cortina llega a Nueva York

Un total de 25 fotografías en blanco y negro componen An Atlas…

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Photo: "Pariata", 1955/2014 (Detalle) by Alfredo Cortina. Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

Photo: “Pariata”, 1955/2014 by Alfredo Cortina. Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

Un total de 25 fotografías en blanco y negro componen An Atlas for Elizabeth, la individual del fotógrafo venezolano Alfredo Cortina (1903-1988), que se exhibe a partir de hoy, y hasta el 16 de junio, en la galería Henrique Faría, de Nueva York, bajo la curaduría del respetado Vasco Szinetar. Las gráficas, realizadas entre 1950 y 1965, registran la imagen de la compañera de vida del autor, la poetisa venezolana Elizabeth Schön.

En palabras de Ariel Jiménez, “si Vasco hubiera buscado entre las imágenes de Cortina esa obra autónoma, ese objeto particular y excepcionalmente confeccionado que creemos ser (siempre y por naturaleza) la obra de arte, y que muchos artistas se han esforzado en producir en otros momentos de nuestra historia plástica, se hubiera encontrado con retratos más bien pobres, rígidos y sin gracia. No hay allí ningún paisaje que alcance la majestuosa belleza de un Anselm Adams ante las cordilleras del Yosemite, ni la sorprendente coincidencia de un instante como los que supo atrapar Henri Cartier Bresson. Cada uno de sus “retratos” aislados, presentados en sí, como lo sueñan aún nuestros críticos formalistas, nuestros serísimos amantes de las “Bellas artes”, es más bien una imagen pobre e insignificante. Pero Szinetar supo ver en ellas otras virtudes, otras formas de decir, de producir sentido.

Photo: “Chichiriviche” 1960/2014 by Alfredo Cortina. Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

No es la primera vez que Cortina se presenta en salas internacionales. La muestra hizo su primera aparición en 2012, en la 30th Bienal de São Paulo. A partir de entonces, el descubrimiento del incesante archivo tomó posición ante los fotógrafos más importantes de la modernidad.

En 2013, Cortina es incluido en la colección permanente del Museum of Modern Art de Nueva York –MoMA– y presentado al año siguiente en el Grand Palais de París, como parte de las nuevas adquisiciones del museo. En 2017, la muestra fue llevada a La Fábrica en Madrid, donde se presentó la publicación del Photobolsillo, Alfredo Cortina.

El título de la muestra es tomado del ensayo homónimo escrito por el historiador e investigador venezolano Luis Pérez Oramas, que acompañó esta exhibición en su apertura en la Sala Mendoza de Caracas en 2015, del cual reproducimos a continuación un fragmento.

Photo: “Ortiz”, 1955/2014 by Alfredo Cortina. Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

Aquí está ella. Ella está en la mitad del río. Atrás la pendiente aguda de una colina cae, paralela a los tallos de los árboles que la protegen de la brasa solar del mediodía, como si el mundo se hiciese un eco de su cabellera ondulada, sus manos juntas sosteniendo algo: un ramo de hojas secas. ¿Qué hace ella aquí? ¿De dónde ha venido? ¿Porqué se ha detenido justo en medio del río, encima de una piedra? Su traje es doméstico y urbano, pero ella está sola, mirando de perfil, ignorando a quien la mira, a quienes la miramos. La fotografía atraviesa el río, de orilla a orilla, indiferente al ojo que la atraviesa a ella. Todos se ignoran: ella se ignora, absorta en medio de la corriente dulce de aquella agua oscura, su reflejo clavado en su sombra. Allí estuvo él, Alfredo Cortina. Pero ella lo ignora; ambos nos ignoran. La imagen es dos triángulos –uno de luz y de tierra; otro de sombra y de árboles- que se oponen. Y en el medio una esfigie.

Lo que deberíamos saber, para comenzar a mirar a Alfredo Cortina es que durante muchos años, sin pretenderse “fotógrafo”, sólo siéndolo, en complicidad con su compañera de vida, la gran poeta Elizabeth Schön, se ocupó en registrar su imagen, de manera sistemática y continua, en todas las situaciones imaginables ante las cuales pudo ella quedarse para siempre detenida por efecto de la sal de plata que atrapa a la luz en la imagen: ante lo más ordinario del mundo, y ante lo más inesperado; delante de la sólida frontalidad de las cosas (y detrás la inmensidad); ante lo opaco de la materia que no refleja cuerpos (y detrás los espejos naturales); ante las ventanas, los puertos, los urinarios, las ruinas, las torres absurdas, los desechos, los jardines, las montañas, los mares, las piedras, los puentes, los abismos, las planicies.

Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

De esta conmovedora obsesión por ella, con ella ante el inclasificable desconcierto del mundo, sólo podemos concluir que Alfredo Cortina, que no era “fotógrafo”, reinventó entre nosotros a la fotografía, la fundó en sus términos más contemporáneos. Algo me hace intuir que Alfredo Cortina estaba más allá de su propia modernidad: que no era el suyo un menester apocalíptico o sublime, que no quería con sus fotos destruir la fotografía, o banalizarla –estilo Man Ray o Marcel Duchamp. Tampoco quería, como cada uno de nuestros tardíos maestros fotógrafos modernos –Alfredo Boulton, Fina Gómez, Carlos Herrera o Ricardo Razetti- encontrar “la” imagen, la foto única y definitiva. No. Alfredo Cortina sólo construyó un archivo, nada más y nada menos como August Sander, pero a diferencia de aquel dramático repertorio de todos los habitantes de un mismo mundo, éste de Cortina es el archivo incesante de un solo habitante, y muchos mundos. Alfredo Cortina construyó un sistema de imágenes quizás porque era consciente, como diría Villem Flusser, que “lo incomparable es incomprensible”, que sólo en su diferencia con otras imágenes pueden las imágenes llegar a significar algo. Estaba con ello Cortina, sin saberlo explícitamente, imbuido de una modernidad que iba más allá de lo moderno, capaz de abrirse campo más allá de sus propias contradicciones. Alfredo Cortina construyó un Atlas para Elizabeth.

Pero nadie nos dice –y nada en la imagen lo sugiere- quién es ella. Precisamente Elizabeth aquí no tiene nombre: no es Elizabeth. Lo radicalmente osado de este archivo, de este sistema de imágenes, de este atlas para una sola persona, es que la soledad del personaje –si así podemos llamarlo- es equivalente a su anonimia. Elizabeth es ella: lo sabemos porque hemos tenido acceso a una información privilegiada, que nada tiene que ver con la fotografía. Pero –me atreveré a decir: Elizabeth somos todos. Y todos somos nadie. Y Elizabeth es nadie y todos. No existe, en mi modesta opinión, en Venezuela, antes de este monumental ejercicio de silencioso imaginarla a ella en todos los mundos de este mundo, nada parecido por su radicalidad u osadía: no existe, nadie imaginó nunca, nadie compuso un repertorio sistemático de lo humano medio, de la humanidad ordinaria, de lo que es ser humano y ser cualquiera, más allá del nombre y la familia, más allá del nacimiento y la posición, como esta maravillosa enciclopedia de lugares que Alfredo Cortina fue capaz de hacernos ver con ella, detrás de ella, a través de ella. Sin nombre.

Expo: Un atlas para Elizabeth. Gallery Henrique Faría New York. Special thanks: Vasco Szinetar

Excepcionalmente, ella aquí lo mira, y por lo tanto nos mira. A diferencia de la inmensa mayoría de estas imágenes en las que Cortina la retrata, y ella no lo mira, porque se ensimisma tanto que nada mira, ella en Ortiz encaramada sobre el ángulo preciso de una pared de algún corral, de alguna construcción inacabada, esta vez desafiante, segura de sí, con sus manos dentro de los bolsillos, como una actriz de Hollywood en búsqueda de locaciones exóticas para una película de hacendados y aventureros, está tan lejos, y él tan atrás, que la posible tensión de la mirada que intercambiarían se ha perdido. Si ella lo mira, no sabemos; o mejor: no percibimos la precisión ni sentimos la predación de su mirada poseyéndolo.

Así en otras imágenes de la serie: cuando ella lo mira, y él la mira a ella, en la complicidad de la foto, están tan lejos el uno del otro que la tensión no existe, y por lo tanto tampoco la mirada ‘hace sentido’ para constituirse en retrato.

Estaremos siempre en deuda con la intuición del fotógrafo Vasco Szinetar que supo ver la desafiante complejidad, y la radical novedad, de la obra de este amateur llamado Alfredo Cortina. Porque Szinetar, desde su infalible habitus, sabe que lo que define a un retrato es precisamente ese intercambio de miradas, ausente aquí, aquí constantemente sincopado, y así nos lo ha señalado en la medida en que resucitaba, para todos, este tesoro de imágenes.

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