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Starsky Brines: “El caos me seduce”

Hay una relación muy estrecha entre nuestro pasado y nuestro presente que…

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Foto: Álvaro Camacho
Foto: Álvaro Camacho

Starsky Brines. Foto: Álvaro Camacho

Hay una relación muy estrecha entre nuestro pasado y nuestro presente que va más allá de lo consecutivo: el uno nos acompaña para siempre por obra de la memoria y el otro –aparentemente menos interesante– resulta el concepto más efímero de nuestra existencia. Lo que estamos viviendo ahora mismo dura muy poco, es apenas un instante sumamente fugaz que no podemos asir. Evidentemente, el presente está ansioso de convertirse en ese pasado que nos persigue insistentemente, un tiempo del cual no podremos librarnos jamás. No obstante, existen salidas, pequeñas grietas que nos llevan a flotar en un limbo atemporal. Starsky Brines las conoce: Para mí el tiempo es una gran obsesión. Desde siempre me ha causado fascinación y también mucha angustia,. Mientras maduramos vamos aprendiendo a lidiar con el tiempo, con la finitud de la vida. El pasado es la cantera de mi mundo imaginario, llena motivos que siempre reaparecen en mi obra como signos y huellas de lo vivido. A veces como una manera de curar algunas cosas y también como autorreconociento e identidad. Y como recordar es traer al presente, revivir y volver a experimentar, entonces es una práctica constante que me permite llenarme de mis propias imágenes para seguir en pie y disfrutar de cada nuevo proceso, aprendiendo a hacer algo con lo ya vivido. De algún modo muchas de mis imágenes y obras vienen a ser un reciclaje, un inventario de los archivos de mi propia vida. Mi madre, por ejemplo, ayudó mucho. Como su oficio era la muñequería, me permitía ayudarla. Fue el contacto con esos muñecos y mi  presencia durante su proceso de elaboración lo que me creó inquietudes que con el paso del tiempo se han hecho vitales para entenderme. De allí que exista en mí una batalla entre la admiración y aversión a las muñecas y payasos pero, en todo caso, son parte de mi imaginario.

The circle of beauty (2016). Acrílico, pintura industrial y óleo pastel/tela 166×198 cm. Foto: cortesía Starsky Brines

Es en ese resquicio del tiempo donde el artista construye su mundo imperfecto habitado por híbridos, figuras bestiales que se jactan de su ambigüedad y que no son otra cosa que nuestra representación abrazada a su reflejo. Un reflejo distorsionado por espejos curvos. Los seres resultantes son adictos a las transformaciones. Constantemente serán engullidos por el pasado y regresaran al presente siendo otra cosa. Constantemente se reinventarán para danzar con nosotros, para burlarse de nosotros, para jugar con nosotros, para ser  nosotros: Creo que la naturaleza de la violencia ha sido siempre de interés en los artista, hay algo sublime en la violencia que nos seduce. En mi caso, pintar violentamente traduce algo más alla que el acto de agredir al otro. Agredir el soporte es un grito primario, que está más cerca de la lucha del ser humano ante la incertidumbre del destino, más cerca del acto de parir de una mujer y es, al mismo tiempo, la antesala a la vida. Intuyo que la violencia tiene una labor en nuestra psique nos obliga a estar a la defensiva y de ímpetu ante la vida. En definitiva hay mucho que aprender y discutir sobre la violencia, pero sobre todo de la nuestra, la primitiva, no esta otra cosa movida por la nada, por capricho, por status quo dentro de un sistema vil  y torcido de supervivencia y liderazgo. Por eso, estos personajes son parte de una fauna que conozco perfectamente. Su ambigüedad es un autorretrato contradictorio y, al mismo tiempo, un retrato del mundo, un mundo más hiperreal que interior y aislado, una realidad sin filtros repleta de relatos absurdos que nos muestran una cara desdibujada de lo que llamamos realidad. Estos personajes no tienen vergüenza de mostrarse como son: grotescos, ambiguos, tiernos, estúpidos, violentos. Se trata es del ser humano, ese que esta en la calle, violentado y violentando, amando y odiando. En nuestro país pululan en todos los ámbitos. Siento que los conozco. Por lo tanto, sé que no es de un universo paralelo o interior de donde provienen, ellos son hijos de esta realidad, de esta cosa en que nos hemos ido convirtiendo.

Foto: Álvaro Camacho

Nosotros también los conocemos, pero los negamos. Buscamos algún lugar donde esconderlos en un intento inútil de mantener las apariencias. Sabemos que nos habitan, sabemos que a menudo dan la cara por nosotros, que muerden por nosotros para salvarnos del mundo. Aún así pagamos su fiel amparo con el desprecio de quien decide desechar un recuerdo que lo atormenta. Acudimos, cobardes, a su muerte, tomamos el puñal para sepultarlos sin saber que somos nosotros mismos, que es nuestro pasado el que muere con ellos. El artista, sin embargo, los busca y los protege. En el soporte, son sus cuerpos mutilados los que llenan un bello y siniestro espacio gobernado por el caos y la violencia en el que inevitablemente nos reconocemos: Se hace complejo eso de intervenir la cotidianidad, nuestra cotidianidad está intervenida. Lo que hago es acentuar y reiterar la realidad. Creo que estamos en un lugar especial del mundo, una especie de laboratorio donde los caprichos de un escritor se hacen realidad. En ese contexto, cada día, claudicamos un poco más y nos sorprendemos menos. Por otro lado, aunque tengo cierto apego al caos, a veces hay que limpiar y volver a empezar. Es un procedimiento que se ha vuelto parte de mi naturaleza, una manera de armar mi hábitat, una estrategia propia para impulsar mi creatividad. Me seduce el caos, me pone atento y afina mis intereses. Definitivamente es una manera de armar ese pequeño mundo con leyes propias para tener mis propios refugios y mis propios encuentros, como quien deja pistas para luego volver a armar las cosas con otro orden. Mis obras son extensiones de una concepción lúdica de la vida, mi taller es mi gran nave donde armo estrategias para mantenerme activo. Lo importante de todo esto, claro está, es saber controlar el caos, porque si no se corre el riesgo de acumular cosas que se supone deberían ser parte de una gran composición a modo de orquesta.

Foto: Álvaro Camacho

Foto: Álvaro Camacho

With a little help from our friends (2016). Pintura industrial y óleo pastel/tela 150×110 cm. Foto: cortesía Starsky Brines

Y el caos no puede pretenderse. El caos es el estado más incierto e inestable, un ente que hace alarde de su autonomía para aparentar incluso ser el orden. No se puede dominar el caos, el caos simplemente existe y está allí a la puerta esperando alguna oportunidad para alimentarse. En todo caso, el artista solo tuvo la oportunidad de representar su paso, de hacer un registro visual de la imagen que lo mantiene cautivo sin reconocer el origen de su fascinación. Brines ha resuelto el acertijo. Sabe que su apego proviene de su interior, de su sensibilidad y que, del mismo modo, es un manojo de elementos que se encuentran chocando entre sí. El caos mismo vive dentro de él, dentro de todos nosotros: Cuando he pretendido hacer una obra cargada de sentimentalismo o con la intención de drenar alguna situación es casi seguro que lo que salga no sea del todo positivo, por lo menos no en el caso de la pintura. Obviamente hay excepciones, pero en líneas generales, en el momento y en el caso exclusivo de la pintura, es la acción y la constancia del ejercicio pictórico el que va marcando el camino, determinando la imagen y su efectividad. Por otra parte, creo que es un error entorpecer la naturaleza subversiva del arte. La obra no necesariamente tiene por qué meterse en esos asuntos morales, eso es de otro orden. Quizás las obras más potentes son las menos moralistas, pero que dejan abierta grandes dudas incomodas. Precisamente ese es su gran valor revelador y lo que conforma su belleza. Uno cuando hace arte debe dejar un poco los prejuicios y adentrarse en las oscuridades de la vida, aunque sea por un rato.

Foto: Álvaro Camacho

Pero en medio de la oscuridad atisbamos a la luz. Las tinieblas pasarán a ser un recuerdo, una especie de tiempo pasado que servirá de referente a lo que está por venir en el círculo infinito que somos. El artista, suspendido por acto creativo, raptado quizás, espera ansioso el momento exacto: No sé cómo será el futuro del arte, pero tengo la esperanza de que será interesante. A la vuelta de la esquina habremos pasado esta página y nos tocará vivir un renacimiento cultural e intelectual, recoger lo bueno, reconciliar y sanar estos años. Creo que los artistas egresados de la Reverón tenemos la intención de hacer algo, más temprano que tarde por entusiasmar a los nuevos artistas y a las siguientes generaciones, buscando alternativas para transferir el conocimiento recibido. También existe un gran vacío en las colecciones de los museos, que por años han dejado de investigar lo que sucede. Nos quedará esa tarea, la cual, seguramente, la haremos con el mayor agrado.

Es en ese constante viaje entre la oscuridad y la luz lo que le permite a Starksy Brines comulgar con el otro. El artista sabe sus ritos, maneja sus costumbres. El artista se vuelve otro algunas veces para volver sobre sus pasos y reconocerse. Él habita en el espejo del que está allí afuera, recibe sus quejas, las escucha paciente. Los observa con meticulosidad y suma atención, no para retratar su apariencia, sino para captar su verdadera forma, esa que esconden día a día: Busco ‘jurungar’ al otro, trato de establecer un diálogo cercano para que sienta su propia energía a través de la imagen. Ese es el ideal, lo que me gustaría que sucediera, pero sinceramente no me detengo a pensar en eso. La primera persona a quien debo sorprender es a mí, soy mi crítico más fuerte y también soy un gran amante de mis trabajos. Me gusta y disfruto el hacer, disfruto mucho la aparición de la imagen y la batalla que se establece. Sería ideal que el espectador la pudiese comprender esa batalla y creo que de algún modo sucede cuando el espectador realmente está dispuesto a dejarse seducir y establecer comunicación con la imagen. Es una manera de construir un espejo y poder retratar a mi manera, mi apego a la vida y –como un voyeur– ver lo que sucede.

Sound People (2016). Pintura industrial y óleo pastel sobre tela 110×96 cm. Foto: cortesía Starsky Brines

 starskybrines.com