Journey

Wakü Lodge en Canaima

El avión despega puntual desde Maiquetía hacia esa ciudad planificada que fue…

Por: Jorge Limón
Vista del salto Ángel
Foto por Carlos Flores León-Márquez

El avión despega puntual desde Maiquetía hacia esa ciudad planificada que fue Puerto Ordaz. Una vez en el aeropuerto Manuel Carlos Piar, justo en el mostrador de Canaima Tours –empresa hermana de la posada de que hablaremos en esta nota y de la flota de avionetas que trasladan las almas a Canaima–, un personal solícito aguarda para hacer los trámites de conexión. Precinto verde en brazo, minutos más, minutos menos, y el pequeño aeroplano alza vuelo rumbo a la patria de los tepuyes. No pasa mucho tiempo cuando los ojos alcanzan otear un derroche de verdes y serpientes fluviales. De inmensidad milenaria. Y todavía no se han recuperado de la impresión cuando, ya en tierra firme, firmísima, desciende de un convoy digno de los safaris africanos un corpulento pemón nimbado de turistas que le imploran una foto a su guía, y cuya única vestidura es un guayuco rojo de lo más acomodaticio, penacho de plumas coloridas y cuentas de semillas y colmillos que penden de su cuello rígido hasta descender para tachonarle el tórax. Tiene varios nombres, pero todos prefieren llamarlo “Muerte”.

TUKI, J.LO Y EL RUGIDO

El techo del convoy repiquetea como si unos monos estuvieran saltando alegremente, pero son las ramas indómitas que no ceden en crecer. Y aunque el sonido emula tambores de bienvenida, otro mucho más festivo hace el relevo: es Tuky, el tucán-mascota, y sus primos los loros y guacamayas que, huéspedes consecuentes del campamento, se unen en algarabía para abrir las puertas de este templo de las maravillas que es Wakü Lodge. El cóctel de rigor, la sombrillita decorativa de rigor, la sonrisa y el saludo eufórico de Jennifer, la gerente interina de excepción. “Hola. Mi nombre es Jenni, aunque me dicen J.Lo, y soy quien los atenderá durante su estadía”. Apenas lo dice, un rugido que proviene de un fondo hasta entonces no visto eriza la piel: son las cascadas de La Golondrina y El Hacha que surgen como una portentosa obra de teatro frente a la ensenada que sirve de palco engramado (ahíto de tumbonas de diseño y camas de jardín) a la posada boutique.

DE CHOZA Y DE PALACIO

20 habitaciones esmeradamente concebidas conforman la disponibilidad de la estancia selvática. Aire acondicionado silencioso, camas mullidas, plumones, almohadas como nubes, agua caliente, jaboncillos que huelen al malojillo que perfuma todo el camino del salto El Sapo, toallas, lámparas, peinadoras, y paredes pintadas con detalles a mano conforman el rimero del confort incluido. En cuanto a la suite, provista de terrazas, salas, salones, cocina, todo en plural y en mayúsculas, helipuerto al frente, más bien es como una villa del guardaparque: belleza y plenitud sin concesiones. Para estar y contemplar: una alta churuata que funciona de lobby, divanes sobre la grama, muelles de madera, lechos de jardín al resguardo de carpas y mosquiteros. Para cumplir las comidas: dos churuatas con vista a las cataratas, cristalería, cubertería, nube de mozos atentos, educados, y bufets cual festín de Babette. Mientras que allá, en la inmensidad del fondo, desde que la Tierra es Tierra, los tepuyes, tan altos como unos colosos de piedra, vigilan el mundo y nuestras vidas.

Web

 

http://www.wakulodge.com